jueves, 25 de febrero de 2016

¿Quieres unir un pueblo? Métete con él sin ser del pueblo. Así de fácil. Lo que hasta hace unos años yo pensaba que sólo ocurría en España, resulta algo más común de lo que parece mundo afuera. Porque uno puede poner  a parir hasta lo más sacrosanto de su tierra, ciscarse en lo más profundo de sus raíces o jurar odio eterno a lo más vistoso de su copa, que cuando alguien de fuera critica lo más mínimo la rugosidad de su corteza, ahí, amigo mío, se le ha caído el pelo al interfecto. Eso lo debe saber bien a estas alturas de la película el irlandés que declaró la guerra a Brasil. O al contrario, que a fin de cuentas, cuando comienzan las hostilidades a este nivel se acaba perdiendo el foco de quién tiró la primera piedra.

La versión reducida del asunto es así: El dublinés Paul Stenson, propietario de una cafetería en lo que parece uno de esos barrios residenciales -lo he visto en Google Earth- de los extrarradios de Dublín, metido a ‘social mídia’ graciosillo (vamos, que se gestiona sus redes sociales él solito y a su manera), publicó el otro día la conversación de una supuesta entrevista de trabajo que mantuvo con un aspirante brasileño a ayudante de cocina. El chaval, imagino que nervioso entre otras cosas por el precario dominio de la lengua local pero envalentonado por su juventud (todo eso son suposiciones que yo me invento), acabó soltando la sinhueso, aunque fuese de aquella manera. Y como dicen en Brasil, acabó dando merda, confundiendo kitchen con chicken o lo que  es lo mismo: cocina con pollo. A partir de ahí, imaginen la conversación: “Que si yo quiero mucho ser ayudante de pollo, que si tu pollo es grande o pequeño, que si a mí me encantan los pollos”…

Y el fulano, que tiene su propio libro de estilo de marketing, no dudó en llevarlo a las práctica en las redes sociales, ilustrando la conversación con una histriónica foto propia que no tiene nada que ver con la situación, aparte de la comicidad. Hasta ahí, otro éxito mediático más del amigo Paul. Pero como con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho, el cómico coffee-man irlandés no sabía en qué tinglado se estaba metiendo, haciendo leña de un brasileño en las redes sociales. Se le había caído –un poco más- el pelo sin saberlo.


Otra de las 'graciosas' campañas mediáticas del
White Moose Café que en este caso a los veganos
no hizo ni puñetera gracia.
Alguien a este otro lado del Atlántico se encontró la foto, de entre los muchos que habían marcado ‘like’ y habían compartido la graciosa situación, y pronto, ahí fue Troya. Primero que si había menospreciado a un brasileño. De ahí la cosa fue creciendo hasta palabras más fuertes como racismo (que en Brasil es delito, y grave), xenofobia… Y como digo, la guerra tomó forma. El fulano de repente vio crecer las métricas de alcance y visitas de su página y, todo codicioso, metió más leña al fuego. Como algunos visitantes virtuales habían pasado desde Brasil a dejar su opinión acerca del local (una estrellita en las votaciones), el hombre, envalentonado por el éxito de su cafetería en las redes sociales, retó a sus nuevos enemigos a conseguir otras 10.000 estrellitas solitarias hasta el fin de semana (luego puso que en una hora, visto que la meta había sido pulverizada). El infeliz no sabe que el brasileño es uno de los pueblos más socialmente activos del mundo. Dicho y hecho, si antes su valoración contaba con unas 5.000 votaciones cinco estrellas, hoy su crédito en Facebook está por los suelos, con más de 20.000 puntuaciones mínimas. (Actualizando: acaba de postar diciendo que da otra oportunidad a sus enemigos, de llegar a los 30.000 en 24 horas).

Parece que por primera vez a Paul le escoció su ‘popularidad’, porque intentó movilizar a sus paisanos y parroquianos ofreciendo cerverza gratis, empanadas, entradas para el concierto de Beyoncé (que conste que esas ya las sorteaba antes de empezar las hostilidades) a cambio de votos cinco estrellas. Pero nada. Habrá que esperar a St. Paddy para ver si la movilización general pasa de las barras a los smartphones. Lo dudo. Mientras tanto, su respuesta sigue siendo echar más leña al fuego, visto que sus rivales entran al trapo. 

En fin, que para ir resumiendo este curioso suceso, que no tiene nada que ver con este blog pero que me pareció un interesante hecho social para reflexionar, añado apenas dos cosas: 

    1. A ese tipo le gusta incendiar. Y el fuego social está demostrado que le dá réditos (publicidad gratis). Infelizmente a veces no se calcula el alcance de las propias decisiones y el conflicto parece que está saltando de las redes sociales a la vida real. 

    2. Las personas ya no tienen el humor que se tenía antes, tal vez más inocente, pero inofensivo. Cuántas veces no le habrá declarado algún español la guerra a Inglaterra (el de La Codorniz, sin duda, el más sonado), o el más recordado estos días del pueblo de Huéscar a Dinamarca, pero sin pasar de la broma (aunque en el caso del pueblo granadino la cosa hubiese nacido en serio). 

En fin. Como resumen final recomendaría a los brasileños que se partan el pecho patrio por otros asuntos más importantes que defender a un chaval, el que supuestamente fue ofendido con la gracia del barman irlandés, que ni lo ha pedido ni lo necesita. Él es un chaval que se ha echado el mundo por montera y se ha atrevido a buscarse las castañas al otro lado del mundo, psobiblemente aprendiendo sobre la marcha una lengua que no es la suya. Y eso es una cosa de la que puede estar orgulloso allá donde vive, porque pocos en las islas británicas pueden alardear de saber hablar algo más (y en muchos casos medio mal) que la lengua de James Joyce. El resto es fuego de paja.

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